Entonces empecé a pensar. No era capaz de asumirlo. Hablé tanto con ella... se lo conté todo. Todo, todo lo que sentía, lo que pensaba... cada día le decía lo que me había dicho él y cómo lo había interpretado yo. Sabía lo más oculto y retorcido, lo sabía todo porque yo se lo decía. Incluso jugábamos juntas a descifrar lo que él me quería decir con sus doblesentidos, nos inventábamos toda la historia que podía haber detrás.
Estaba claro que de todo eso que inventábamos solo la mitad sería real, o no... yo no, yo me lo creía, me ilusionaba, me lo quería creer y vivir solo con esa ilusión de que era real, de que existía algo más entre nosotros, algo más que esas tonterías. Le conté todo sí. Y ella me animaba, me ayudaba, inventaba conmigo... ejercía a veces de psiquiatra y a veces de jarra de agua fría... sabía lo complicado que era todo pero siempre fue mi apoyo, mi diario, mi... ella... ella... que sabía que yo siempre lo exageraba todo para hacerlo mas romántico, para hacerlo más poético, más literario, no le mentía, solo lo adornaba, lo barroquizaba...
Ella era más que un diario, más que un oasis, más que una página en blanco... Ella... la misma que al igual que yo vertía en ella, ella vertía en él. Cada palabra que dije, cada sentimiento que me hizo palpitar... Y se marcharon juntos, llevándoselo todo. Me robó mi historia.